Vacunados versus egoístas

          Escuchar a Fernando Simón decir que pronto podremos prescindir de la mascarilla en exteriores ha sido una bocanada de aire fresco, una barrera derribada hacia la deseada normalidad. Mascarilla, normalidad, distancia social, espacios ventilados… son términos y expresiones que han cobrado todo un significado para conservar la salud. Hacia el 20 de agosto se espera llegar, en España, a la inmunidad de rebaño. Cuanto antes y más personas nos vacunemos mejor será para beneficio de la población. Pero, el egoísmo y la insolidaridad son unas de las peores lacras que anidan en la condición humana. Que se vacunen otros, así no me contagian ni me tengo que arriesgar yo al inocularme. Es lo que en silencio tienen pensado los que, sin motivo ni causa grave justificada, se niegan a recibir el tratamiento inmunizante sin pensar en hijos, padres, familiares y personas del entorno que pueden verse afectadas. Otra especie son los antivacunas, que se confían a la protección de santos o gurús y variopintas divinidades. Por último, asoman naturistas, homeópatas y otras hierbas que son capaces de padecer graves malestares por no meterse en el cuerpo sustancias químicas de laboratorios que, a su modo de ver, trabajan para causarnos otros daños corporales y ganar mucho dinero a costa de vendernos cada vez más remedios. Lo cierto es que, gracias a los avances médicos, farmacéuticos, a la higiene y vida saludable, nuestra esperanza de vida casi se ha duplicado. Cuentan los virólogos que a raíz de la gripe de 1918 se extendió la costumbre de comer con cubiertos. Ojalá, a partir de ahora se ponga mascarilla quien esté enfermo para no contagiar a los demás, como los japoneses. En cualquier caso, eliminar la mascarilla será todo un símbolo que beneficiará a la economía española, tan dependiente del turismo exterior.

Diario Palentino, 22de mayor de 2019.

No es broma, ni un cuento

            La historia de la humanidad está tejida con cuentos. Nos encantan, nos los cuentan desde que nacemos y nos los contamos a nosotros mismos durante toda la vida. Somos intrínsecamente cuentistas. Al final del relato nos gusta que acaben bien, pero a la mitad tiene que haber inquietud, zozobra, intriga, el héroe y el malvado. Ahora estamos justo en el medio. Una pandemia asola la población a nivel mundial, ya se cuenta más de un millón de muertos. Las autoridades sanitarias, los científicos e investigadores trabajan a máximo rendimiento. Ahora se ha visto que sanitarios, repartidores, transportistas, cuidadores del cuerpo y del alma, productores y proveedores de alimentos y medicamentos, son los únicos auténticamente necesarios. Queda claro que nos sobran muchos parásitos succionadores que no han tenido la dignidad de renunciar a las dietas que no han consumido; todo ganancia. Entonces, no es de extrañar que los negacionistas hagan su agosto, son especímenes de similar categoría. Si la clase política no estuviera tan desprestigiada no tendría tanto poder de seducción la indescriptible amalgama de personajes que componen el conjunto llamado negacionista. Lo mejor de cada casa forma ese mix de conspiranoicos, antivacunas, pseudocientíficos, bioestadísticos, astropsicológos, influencers, illuminati, curanderos, videntes y, como no, supremacistas de ultraderecha y algunos empresarios de miras cortas. Todo un cóctel exotérico que esconde a un sanador que se forra con sus tratamientos de hierbas y a una doctora que ha dejado su trabajo para vivir de las donaciones. Aprovechan que estamos hartos del agobio de las limitaciones y tenemos miedo, somos presa fácil de los desestabilizadores. Por otra parte, agresivos y violentos. El negacionismo no es broma, ni la pandemia es un cuento.

Diario Palentino, 11 de octubre de 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Vaya tesitura

         Nunca pensé que iba a tener que vivir una situación así. Es la frase más escuchada últimamente. Y, aunque el humor nos demuestra que se ha despertado el ingenio y espanta el fantasma del miedo, cada nueva noticia nos devuelve a las tribulaciones. Junto al sentimiento de profunda gratitud para quienes se juegan la vida cuidando, acompañando e intentando curar a los contagiados, se nos despiertan otras reflexiones terriblemente inquietantes. ¿Quién puede elegir entre dos vidas humanas? La escasez de recursos requiere tomar decisiones. En economía, entre cañones y mantequilla. En esta pandemia, el respirador y los equipos de cuidados intensivos se ven superados por la previsible demanda. La cruel instrucción a los médicos es elegir aquellas vidas que tengan más posibilidades de salvación. Nadie ha dicho que se deseche a los abuelos, solo que con la edad el cuerpo está más deteriorado y coincide con lo indicado, pero puede haber jóvenes con lesiones difíciles que también serán postergados ante otras personas sanas con más posibilidades de supervivencia, aunque sean más mayores. Es duro, muy duro, no me gustaría ser médico en esta circunstancia. Habrá casos en los que será muy difícil prever como puedan reaccionar los cuerpos. Cuando me vi de paciente en esa situación, decidí revelarme. Una mañana entró un adjunto de la unidad de aislamiento de trasplantados de médula ósea de Salamanca, rodeado de cuatro discípulos y revestido de soberbia,  y me dijo que me sacarían a planta porque había un niño que necesitaba mi sitio y que los niños eran preferentes para él, le respondí que qué preferencia tenían mis niños o si quería dejarlos huérfanos; enseguida encontró otra solución. Y aquí estoy, diez años después. Si me hubieran aplicado la regla de la edad hoy no podría contarlo.

Diario Palentino, 22 de marzo de 2020