Si se quiere conocer un poco la idiosincrasia de los polacos hay que pasar la vista por su pasado, es imprescindible dar un paseo por Auschwitz.
El mayor holocausto de la historia de la humanidad se encuentra seriamente documentado en lo que fuera un campo de concentración y exterminio con todo su rigor.
Bajo los auspicios de Himmler, lugarteniente destacado de Hitler, se crea y mantiene este bochornoso lugar que fue entre los años 1040 y 1945, testigo y soporte material de las mayores vergüenzas humanas. Ya a la llegada, al bajar del coche y levantar la vista, una primera opresión de las emociones nos agarrota la expresión solo al ver el alto vallado carcelario que lo rodea, pero el cartel que cuelga en la entrada con la leyenda “El trabajo nos hace libres” arranca de nuestro ser los modales y se nos escapa un taco gordo e insultante para los artífices de tamaña crueldad. Lo que nació como un centro de retención y castigo para intelectuales polacos que manifestaban su disidencia contra el nazismo pronto se convirtió en un destino de exterminio y experimentación. Iban llegando prisioneros de guerra rusos, judíos, homosexuales, marginales, etc.. Mucho sabemos ya de las cosas que allí ocurrieron pero cada nuevo detalle añade un poco más de horror y desazón. Himmer en persona designaba a los directores y ordenaba la creación de nuevos pabellones, como el prostíbulo para servicio de vigilantes y prisioneros, o el laboratorio donde el sádico Dr. Mengele inyectaba sustancias en los ojos de los bebes para intentar cambiar su color o les sacaba los ojos en vida para exponerlos en una vitrina de colección o vendaba los pechos a las recién paridas para observar y anotar como morían de inanición los recién nacidos, o todo tipo de espeluznantes aberraciones sexuales con las prisioneras y sus hijos. A medida que se descubrían las posibilidades de experimentación con el dolor se incorporaban novedades. La vida cotidiana en los campos era la tortura continua. Se llevaba una vez al día a los prisioneros en fila a las letrinas y allí disponían de cuatro minutos para hacer sus necesidades, después estaba prohibido y se castigaba duramente hacerlo en cualquier otro lugar del campo. Al atardecer una orquesta interpretando música emotiva pretendía hacerlos sentir aún más desgraciados y miserables. A algunos se les designaba como encargados, con cierto poder de mando y decisión, que con frecuencia usaban y abusaban. Las rencillas internas, denuncias, acusaciones y envidias laceraban aún más si cabe aquellas miserables vidas.
Y como los prisioneros seguían llegando por miles al impulso de los avances de las tropas nazis en la conquista europea, se creó en las proximidades, el cercano Auschwitz- Birkenau. Ya no se trataba de un campo para alojar y seleccionar mano de obra ni para experimentar, ya fue directamente campo de extermino con su cámara en la que se insuflaba el gas Ziklón, y sus hornos crematorios siempre en marcha despidiendo el humo negro y nauseabundo olor como aviso a los prisioneros candidatos al mismo destino. Documentados con identidad son un millón y medio de muertos solo en éstos lugares, pero conclusiones de informaciones anejas hablan de alrededor de tres millones de prisioneros los que pasaron por ellos y nunca salieron. El sentimiento nacionalista y el odio al nazi está a flor de piel en el pueblo polaco. Persiste la unánime intención de mantener viva la masacre en el recuerdo, las gentes no permiten ni una mueca de incertidumbre, ni una pregunta discordante, ni un comentario que desde su subjetividad pueda significar poner en duda lo más mínimo de lo que allí sucedió. Su dolor es colectivo y se ha insertado en la genética, muy difícil de extirpar.
Manojos de flores frescas están recordando siempre todos los hitos funerarios que lo rememoran. «Periódico CARRIÓN, 1ª quincena, enero 2008»