«Existe una máxima de efectividad que dice: «Si tienes que encomendar alguna tarea, encárgaselo a quien tenga mucho que hacer, porque quien tenga poco trabajo nunca encontrará el momento»
Pretender realizar alguna pequeña obra de mejora en la vivienda o aledaños es hoy poco menos que una heroicidad. Lo primero es encontrar el técnico, lo segundo y más arduo que te escuche, lo tercero e imprescindible que le interese y te haga caso.
Ampliar una ventana, poner un grifo, aumentar algún punto de luz o simplemente reparar algo que no funciona, se convierte en uno de los mayores desasosiegos para muchas personas. Cuando un elemento de la instalación comienza a fallar, la petición constante consiste en «que no se rompa, que no se rompa, que no se rompa,…» pero si eso ocurriera sería el momento de comenzar esa penosa peregrinación de búsqueda, caza y captura del «manitas» necesario par reponerlo o repararlo, acertar, que sea pronto, que quede bien, que no te de un palo y que no falle al día siguiente. Demasiadas peticiones, casi un milagro que requiere por lo menos poner alguna vela para que todo salga bien.
La catalogación social en niveles de clase, a los que se asigna mayor o menor prestigio, ha llevado a la circunstancia de que algunos jóvenes a la hora de decidir su futuro profesional se alejen de aquella formación y consiguiente destino laboral que tal vez sea el adecuado a sus aptitudes y el que mejor pudiera conseguir su realización laboral y un estatus económico muy saludable. Esto unido a la deficiente programación, escasa valoración y dotación por parte de las autoridades educativas, pero sobre todo a la ausencia de fe en la promoción de esos oficios, nos lleva a la terrible paradoja de la reducida existencia de técnicos profesionales de los oficios manuales tradicionales frente a la creciente e insaciable demanda de dichas tareas. De rebote se produce el efecto adverso de que entre los valiosos se cuelen algunos inútiles que nunca debieron obtener la licencia, que acaban con la paciencia de los usuarios y desprestigian al gremio en su totalidad y sin distingos.
Es cierto que los módulos novedosos sobre profesiones diferentes a las habituales han logrado aparecer atractivos a los ojos de los estudiantes, pero no se ha conseguido formar en las tradicionales cuya demanda no desaparece sino que aumenta de día en día sin posibilidad alguna de obtener respuesta. Albañiles, fontaneros, electricistas, soldadores, ajustadores, fresadores, especialistas en la rama del automóvil, etc., siguen siendo pocos, ocupados y cotizados (los buenos), pero a su sombra viven e incluso desahogadamente algunos piratas sin escrúpulos que practican aquello de «Todos los días aparece un tonto, el caso es dar con él», y lo consiguen.
De tal modo se plantea la cuestión que toda obra, reparación, mejora o contratación para cualquier finalidad requiere en primer lugar la indagación sobre la profesionalidad del presunto autor, Sí se da con el bueno que es lo deseable, será preciso pasar a una segunda fase que consiste en la búsqueda de un enchufe de alto voltaje, más voltios cuanto mejor fama tenga el «manitas», y tercero sentarse a esperar que la corriente, el tiempo y la agenda del ocupado factor se organicen para que llegue tu deseado turno. Llegado a ese punto queda poco por temer.
La verdadera desazón se produce cuando sin antecedentes, ni informes, ni padrinos y a la desesperada, metes en tu casa al que dejó su propaganda en el buzón o se anuncia con letras gigantes en las guías comerciales. Entonces es cuando puede pasar cualquier cosa, como dice el proverbio chino «Puede que sea para bien, puede que no». Si acertaste lo anotarás en tu agenda con letras mayúsculas y remarcado para la próxima ocasión, si erraste no se sabe cual puede ser la reacción, dependerá de la dimensión del daño, porque también existe quien estropea mas que arregla y deja a la altura del betún a sus colegas. Eso pasa en todos los oficios y profesiones.
Solemos pensar que la vida es una lotería, que va pasando a trompicones, que la moneda cae unas veces de cara y otras de cruz. Estamos hechos al azar, ponemos en el tablero todo el esfuerzo de nuestra parte pero luego al barajar nunca se sabe que pasará. ¡Suerte con la chapuza y sus «ya que…». «CARRION, 15 de septiembre de 2007»