Bruselas I y II

Tanto si llegas en tren, en avión o sobre ruedas en cualquiera de sus formatos, la ciudad nos recibe en medio del bullicio, la cortesía y su vitalidad. En las horas punta, entre sus habitantes, los que circulan por sus calles y transportes públicos, predominan los que visten traje europeo, con camisa de cuello duro, portando maletines y conversando desde sus móviles.

Parece que es muy difícil para las autoridades locales saber con cierta aproximación el número de efectivos humanos que pueblan sus moradas en cada momento, la oscilación de cifras puede variar nada menos que entre un millón y un millón setecientos mil. Los funcionarios internacionales que se mueven en los órganos de la administración europea componen esa población flotante que con su estilo personal de vida, de prisas, de atuendo y ocupación de alojamientos temporales marcan un carácter propio a la vida cotidiana de esta ciudad considerada como el ombligo de Europa, a pesar de no ser oficialmente su capital como los bruselenses pretenden desde que en 1951 se constituyera en su sede el primer germen de la UE con los seis países integrantes de aquella primera Comunidad Europea del Carbón y el Acero que nació del Tratado de Paris.

Como en todas las ciudades que son fruto de una dilatada historia desde su fundación por los primeros pobladores, son varios los estratos y las partes de un todo que se superponen o configuran de forma contigua. La mezcla de culturas latinas y germánicas se ve en todas sus manifestaciones. Sucesivamente poblada por celtas, romanos, carolingios, borgoñones, españoles, austriacos, fanceses-napoleónicos y holandeses, cada ocupante fue dejando su impronta, en el idioma, en la religión, en el arte, en la arquitectura y sobre todo en una forma de ser abierta, cosmopolita, transigente y amante del “vive y deja vivir” característico de las sociedades que disponen en su acerbo cultural de una visión amplia, global y generosa de la libertad individual.

La población autóctona ha quedado reducida a flamencos y valones, con dos lenguas oficiales correlativas, los francófonos son la mayoría y se cuentan entre un ochenta y un noventa por ciento, el resto hablan neerlandés, pero casi toda la población conoce y puede comunicarse en inglés, a causa del carácter internacional de su ocupación fundamental, servir de infraestructura a la administración de las instituciones europeas.

En el llamado Barrio Europeo se ubican los modernos edificios que alojan los más importantes órganos de la burocracia europea: La Comisión, el Consejo y el Parlamento, entre otros. En este espacio urbano se toman las grandes decisiones que afectarán al futuro de los países europeos y determinarán su grado de poder en el resto del mundo. La Asociación de Abogados Jóvenes, promotora de esta delegación palentina, nos había preparado un encuentro en el interior de la Comisión donde pudimos asistir en vivo y en directo a sus instalaciones y recibir directamente información de algunos representantes.

Pero no todo huele a tinta y a papel en esta encantadora ciudad. El sabor del arte y del progreso, de los cuentos y leyendas centroeuropeos, el dulce sabor de sus chocolates nos cambian totalmente el humor.

Abandonamos el rictus serio de las graves responsabilidades internacionales y nos adentramos en la ciudad vieja, en los entornos de la Grand Place, gótico, barroco, renacentista, estilo español sobre todo. Amplias y confortables terrazas recogen y refrescan al viajero, a pesar de que el cielo suele aparecer nublado y la temperatura inestable.

La famosa estatuilla de El Manneken Pis, o niño haciendo lo propio, que no llega a medio metro de estatura pero es objeto ineludible de la foto de recuerdo, hay que hacer cola para tomarla y esperar que los múltiples visitantes orientales despejen el campo unos instantes.

Para cargar pilas mojar unas galletas en las fuentes de chocolate que para degustación fluyen sin cesar a las puertas de los escaparates comerciales como preludio de la perdición que se avecina en nuestra sufrida dieta alimenticia. Un paseo por el interior de la Galería Comercial cubierta más antigua de Europa (S. XIX). Tintín se asoma en todas las esquinas, es la tierra del cómic en constante actualización a través del Museo del Tebeo.

El comercio de antigüedades es otro de los emblemas de la ciudad, se puede encontrar de todo en los mercadillos y la expectación que despiertan sirve de atractivo para los visitantes y paseantes curiosos.

Una ciudad cómoda, atractiva y símbolo vital de una Europa multicultural en continúo devenir. Las normas de tráfico deben existir pero solo en el papel que las aloja, un símbolo más del talante permisivo, es frecuente encontrar coches tranquilamente aparcados sobre las aceras, apenas se ve policía y sin embargo el índice de seguridad ciudadana es porcentualmente muy alto. En el mismo sentido se manifiesta la edificación. Junto a lo viejo crece lo nuevo en contraste abierto y descarnado, desde las alturas llama la atención que junto a los edificios de arte histórico surgen los rascacielos que sorprenden y sin embargo no desentonan. Son como páginas consecutivas de un libro del tiempo en una sola toma. Un símbolo más de esa ciudad abierta a todo y a todos.

Bruselas es además como corresponde a un cruce de caminos, importante nudo viario, aéreo y ferroviario, desde ella se viaja con facilidad a cualquier ciudad europea, pero dentro del mismo país belga, viaje obligado en el día es la visita a las ciudades próximas de Brujas y Gante, impresionante arquitectura sobre el agua de sus canales, amabilidad urbana en grado sumo, un relax para el paseo sosegado, un recreo de placer para la vista. Cada rincón a cada vuelta de esquina se antoja motivo fotográfico. Gente cortés y hospitalaria agradece con una sonrisa la visita a su ciudad. La jornada deja en el recuerdo una sensación de serenidad muy socorrida para rememorar en aquellos momentos en los que la tensión laboral amenace con desbordarnos.

Por último, el Atomiun, ese capricho de ingeniería colosal que quiso inmortalizar al era atómica con una reproducción del átomo ampliada en ciento cincuenta billones de veces. Con ella se inauguró la exposición universal de 1958 y quedó como presagio identificador y un tanto estrambótico de una ciudad moderna en la que todo cabe.

Para rematar la jornada una cena en La Casa del León, junto a la Grand Place, en plena zona de restaurantes que lucen en la mismísima calle sus atractivas viandas. Los mejillones constituyen otra seña de identidad gastronómica inolvidable, los sirven en cualquier formato y receta, en cantidades alarmantes, acabas soñando con ellos cuando cierras los ojos. Nos llama la atención que en lugar destacado y protegido en vitrina de cristal inaccesible nos encontramos el libro de oro de firmas del local. Al asomarnos encontramos sorprendidos que la página por la que está abierto contiene la dedicatoria y firma de Ramón Calderón. Inmediatamente nos llamamos al paisanaje y le contamos al camarero que ese insigne visitante cuya firma obra en la vitrina de honor es de nuestro pueblo y lo conocemos personalmente. El camarero en cuestión rueda a por su móvil y orgulloso nos enseña en el fondo de pantalla su foto junto a Ramón. Desde ese momento pasamos a ser íntimos de toda la vida, quedamos a partir un piñón. Mañana será otro día. “Periódico CARRION, 1ª y 2ª quincena de septiembre de 2007”

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.