Los disfraces del PP y el juguete de Rajoy

Hoy en nuestro país nadie se cuestiona la representatividad ni la condición de demócratas de los grandes partidos del arco parlamentario.

Ahora que estamos en la fiesta de D. Carnaval no está de más hablar un poco de disfraces, porque aunque es en ésta época del año cuando más visibles y vistosos son, hay quien no los abandona nunca y además tiene más colecciones que la Pasarela Cibeles presentando la próxima temporada.

Y es que “todos tenemos derecho a opinar”, por supuesto, a nadie se le quita la palabra, aunque a algunos se les salgan las injurias y los insultos a borbotones, es cuestión de educación y de modales y eso se aprende en casa o ya no llega nunca a cuajar. En ningún tiempo pasado hubo más libertad para decir, para hablar, para opinar, hasta el punto de que se puede llamar al Presidente del Gobierno “tonto de baba”, o ausentarse de forma ostentosa de la sesión de control del Congreso cuando se está dando respuesta a una pregunta por él formulada, o arremeter en grupo profiriendo insultos de forma violenta contra Santiago Carrillo cuando, a petición de los estudiantes de la Complutense, va a dar una charla sobre el 23 F. Es la ventaja de la democracia, que reconoce libertad para todos y de ello se beneficia hasta quien no sabe utilizarla.

A lo largo de estos últimos meses el PP ha probado disfraces de todo tipo. Lo mismo se ha disfrazado de Padres de Alumnos, que de Iglesia Católica, que de Víctimas de Terrorismo, que de dolidos castellanos contra otros españoles. ¡Si su Reina Católica, la unificadora de los españoles, levantara la cabeza!

Pero tal vez el disfraz más cundidero haya sido el de constitucionalistas demócratas a ultranza. Y nadie entiende porqué esta necesidad tan imperiosa de dejar constancia. Hoy en nuestro país, nadie se cuestiona la representatividad ni la condición de demócratas de los grandes partidos del arco parlamentario. Nadie lo pone en duda. El debate que está sobre la mesa atañe a determinados modales y procedimientos de mejor o peor gusto y que se debieran depurar por el bien del respeto debido a las instituciones.

Y es que el PP no está dispuesto a que le echen en cara por más tiempo que no votó la Constitución española que ahora tan denodadamente defiende. Aquél enorme agujero negro envenena las posibilidades de su discurso como un pecado capital, como un sambenito que los otros partidos no cesan de recordarle para escarnio de su déficit democrático. Y como el PP está cansado de penar su culpa, se extenúa en probar su puridad de fe democrática como lo hicieran en nuestra historia pasada los judíos conversos o los moros bautizados.

¡Y qué mejor procedimiento de redención que un “referéndum” que tiene por lema ni más ni menos que lo que contempla la Constitución de sus pesares! Desde luego no está mal pensado, es una segunda oportunidad para aquellos conservadores concienciados que no prestaron en su día la adhesión al documento fundamental porque no creyeron en el moderno y progresista proyecto que nos trasladaba desde la rancia dictadura militar hasta un estado europeísta, abierto y con ansias de libertad. El transcurso del tiempo y la madurez de los españoles dejaron patente el acierto de aprobar aquél texto, quedando la derecha conservadora descolgada en su apoyo de lo que era conveniente para el interés general, en los tiempos difíciles, en su momento, cuando estaba en juego la transición democrática bajo la amenaza constante de los uniformes militares.

Como el reconocimiento humilde de aquel error no cabe en los esquemas de la actual cúpula del PP, tiene que transformar y disfrazar su tardía adhesión constitucional en victimismo, descargando sobre espaldas ajenas aquél histórico traspié que atormenta su genealogía política. Este montaje del “referéndum” entre publicitario y simbólico, promovido por cuenta propia y en solitario, se parece a una ratificación tardía, casi treinta años después, que ojala sea útil para liberarse de esa pequeña desazón que les hace vivir en ascuas sobre una democracia madura, asentada y europea como la española. El juguete de Rajoy se parece a un caballo de Troya llevando, tal vez, oculto en su interior un mensaje de arrepentimiento y un deseo de purga democrática que poder exhibir en el futuro, si fuere menester documentar la pureza de sangre democrática. ¡Más vale tarde que nunca! «Diario Plalentino, 26 de febrero de 2006″

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