Vuelta a la MADRE

Cuando no tenemos palabras, siempre se nos escapa ¡Ay Madre!

            En los tiempos que vivimos el mundo de los afectos está en desuso, hemos pecado gravemente al considerar el bienestar solo en su aspecto material, hemos confundido la calidad de vida con tener más cosas, caprichos o recursos. Cambiamos el gozo de disfrutar con los hijos, los abuelos, los amigos y la familia por trabajar más duro y más tiempo en la ansiedad de poder cambiar de coche, de móvil o de casa para igualarnos a otros simples.

            El romanticismo está en desuso, la palabra Amor resulta cursi. Todo lo relacionado con el sexo prevalece, como consumo, como éxito, con artificios que sustituyen a las habilidades, a la entrega, al mismo sexo. Está en cartelera la cocina elaborada, de “diseño” dicen, con mucha palabrería y poco alimento, snob y a precios astronómicos, además lo llaman “arte”, y sin embargo esos artistas/restauradores (¿de qué?) no saben servir una simples lentejas caseras con sabor de hogar.

            Nuestro contacto con la Naturaleza, con la Pachamama de la que formamos parte tiene que ser ahora a través de unos palos de golf, de una bicicleta superligera de aleación titanio última generación y un vistoso disfraz, también último modelo de la pasarela pijo-deportiva, por poner un ejemplo más.

            Con el mismo materialista recorrido hemos subordinado a la Madre, nuestra madre, la biológica que nos parió o la que ha nos querido, criado, aconsejado y dirigido en nuestro primeros y después tumultuosos adolescentes años. La que vela nuestras enfermedades o recaídas sentimentales, nuestros contratiempos laborales o familiares.

            Nuestra madre, el seno acogedor, el consejo desinteresado, el sacrificio nunca suficientemente reconocido, el refugio ante los temores, el abrazo protector, sin condiciones, sin plazo ni término. Porque cuando no sabemos qué decir, o no tenemos palabras, o nos sorprendemos, o nos quejamos o simplemente hablamos a solas con nuestros pensamientos, la expresión que se nos escapa es siempre, ¡Ay Madre!

                  Quiero reivindicar el retorno sin pudor a los mundos del sentimiento que hemos congelado, en volver a humanizarnos y a soñar en el calor del hogar que solo una Madre sabe dar. Comer un platito de lentejas caseras en amor y compañía de mi mamá y su sabiduría es el mejor regalo y la mayor satisfacción en este día.

                 Gracias por seguir ahí ¡Y que me dures muchos años más!

Diario Palentino 06/05/2012

 

 

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