Ácaros, los justos

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La revolución rural no ha llegado, ni tan siquiera, a elaborar un ideario»

A veces nos da la impresión de que el hecho de vivir en un pueblo debe conllevar una especie de ideología integrista de lo tradicional y conservador, que por algún extraño enlace subliminal se opone a lo urbano, moderno y depredador.

Vivir de tópicos es mucho más cómodo que sentarse a inventar esquemas nuevos, de modo que quien asimila el pueblo pequeño como morada, parece ser más propenso a asumir un modelo de vida histórico, conservacionista y filosóficamente relleno de cortapisas ante la prosperidad y el progreso.

Por supuesto que, salvo migraciones familiares previas, nadie nos paramos a meditar el porqué vivimos en un lugar o en otro. O lo sabemos y está asumido o seguimos parte de nuestra vida rabiando porque nos hubiera gustado vivir en otro lugar y las circunstancias no nos lo han permitido. Por esta sencilla lógica tampoco los pobladores de estos territorios se plantean porqué viven en sus pueblos, la respuesta sería como la de aquél cura que le preguntaban como llegó al sacerdocio y respondía que por tradición familiar, porque lo era su padre y lo fue su abuelo.

Pero lo curioso es que de algún modo en el subconsciente asumen la vida rural como encorsetada en unos cánones que los teóricos de las ciudades han ido elaborando cuando van de visita “al campo”, como quien se desplaza a un islote exótico para ver de cerca a los aborígenes en su medio natural y hacerles fotos que se puedan mostrar como curiosidad.

Estos incursionistas son quienes en su autosuperior estima han empujado a los moradores rurales habituales a parecer auténticos personajes etnográficos. Todavía se oye comentar a sorprendidos desinformados que en restaurantes rurales se les sirva comida de diseño o que las casas tengan calefacción de calidad.

¿Debemos reivindicar el término de ciudadanos también para los pueblos? El encasillamiento lingüístico crea laberintos cerebrales que impiden cambiar la consideración de uno mismo. Si uno se repite constantemente -soy tonto-, acabará siéndolo. Y el apelativo –pueblerino- tiene demasiadas connotaciones nefastas para que pueda ser soportado como simple denominación de habitante de un pueblo. Los diccionarios al uso lo definen como:

1ADJETIVO: Que vive o ha nacido en un pueblo.

2 ADJETIVO: Propio o característico de un pueblo o de sus gentes.

3 ADJETIVO: Paleto, que no sabe comportarse en ciertos ambientes o se escandaliza con las cosas de la vida moderna.

4 ADJETIVO: Se dice del comportamiento, actitud, etcétera, de estas personas. (Dicc. El País)

O la Real Academia de la lengua Española, que no se queda atrás en cuanto a acepciones y uso del castellano: pueblerino, na. 1. adj. Perteneciente o relativo a un pueblo pequeño o aldea. 2. Adj. Dicho de una persona: De poca cultura o de modales poco refinados”.

Fíjese el atento lector en la barbaridad de significaciones a la que ha llegado el término. Lo mismo sirve para designar el lugar de nacimiento o de residencia de cualquier persona, una circunstancia puramente coyuntural como es el nacer o vivir, que para definir otro tipo totalmente diferente que es el retrasado paleto o rústico en su peor matiz.

La revolución rural aún no ha llegado ni tan siquiera a elaborar un ideario, o si algunos iluminados lo han hecho no ha trascendido a la gente de a pie. Los ácaros anclados en las tradiciones a ultranza y contra viento y marea son los obstáculos que impiden la actualización. En la práctica una especie de rebeldía mal entendida la emprende contra los llamados “forasteros”, calificativo desdeñoso que equivale mentalmente a “extraterrestres” y ajenos que vienen a incordiarnos en nuestra apacible vida natural, son furtivos, arrasan las setas, imponen su ley, reclaman mejores servicios, se quejan de lo que hay y luego se van por donde han venido.

Señoras y señores moradores del mundo rural, ni el medio natural es patrimonio exclusivo de los habitantes de los pueblos, ni estos merecen menor calidad de vida que cualesquiera otras formar de vivir en este planeta, o nunca podremos cambiar las definiciones de los diccionarios. Ácaros, los justos.

«Periódico CARRION, 2ª quincena noviembre 2008»

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