Mi caaaaaasa!

16 de Abril de 2008

«Jamás contesto una llamada si el aparato que estoy usando muestra un «número privado»

  El hogar es el sancta sanctórum de la intimidad de las personas, no es intercambiable ni atacable.

 

            Llegar a casa después de una larga jornada y salir por fin de los zapatos no es comparable con nada, encontrarse con los propios y queridos seres que nos alientan en la vida, solazarnos, dejar caer los escudos defensivos que forman parte del atuendo de presencia social, enclaustrar los argumentos laborales, las tareas pendientes, los compromisos que nos repelen. Es una suerte tener un hogar confortable y personas que nos esperan para querernos de cerca.           

        Y ante tanta delicia, se corre el riesgo que de pronto suene el teléfono y una voz que se mimetiza a sí misma, tiene la ocurrencia de intentar venderte algo bajo la argucia de una regalo, con ese comienzo de. «Ha sido Vd. agraciada con un viaje… si contesta a nuestro cuestionario sobre el grado de satisfacción con su servicio de…», es entonces cuando te visualizas respondiendo aquello de: «Váyase Vd. a la porra y no moleste más», pero en el instante volvemos a recuperar el escudo de formar sociales que nos hace aparcar el instinto primario de protección y le contestamos educadamente, aunque con retintín y bien vocalizado: «Ya se que esto forma parte de su trabajo pero no voy a contestar ahora porque estoy ocupada y le ruego tome nota de mi deseo de que borren todos mis datos de sus bases para que esto no vuelva a suceder».

          Ya sabemos que no lo harán, y volverán a llamar otro día desde un número «privado» para no levantar sospechas.  Jamás contesto una llamada si el aparato que estoy usando muestra un «número privado», porque si el que llama es privado, es decir en su caso anónimo y sin identificar, y me llama a mí que sabe quien soy, mi número de teléfono y cómo me llamo, juega con ventaja y tiene algo que ocultar, de momento su identidad. Mi mamá me dijo que no hable con extraños sospechosos, y no hay mayor sospechoso que un embozado bajo identidad oculta.

          Sin contrariedad alguna, la voz muy acostumbrada a las calabazas telefónicas, responde «Gracias por su atención» y colgamos las dos.

La casa entendida como lugar sagrado de la intimidad familiar y personal, siempre ha tenido su mayor desarrollo defensivo en los países del Norte y centro de Europa. En las culturas más respetuosas de la vida privada de los demás, telefonear a una casa a partir media tarde es una descortesía imperdonable, no digamos llamar a la puerta sin haber sido previamente concertado para ser recibido por los anfitriones en el momento que estiman adecuado y en las circunstancias que entienden que merece la visita. Visitarse en la casa es un acto de agenda programado. En su programación cotidiana y meticulosa entenderían inasumible la aparición de una visita espontánea que sorpresivamente impusiera su presencia, agrediendo el primordial derecho a la intimidad, salvo causa mayor, grave e inaplazable. Para aquellas culturas casi todo puede esperar, salvo el derecho personal a la intimidad que es innegociable.

          Tal vez por efecto de querer salvaguardar ese pequeño reducto inatacable, se multiplican en las sociedades modernas los lugares públicos de encuentro. Podemos quedar para vernos en la sede de una asociación, en el club privado, en una cafetería o dando un paseo por el campo o la ciudad, en espacios neutrales, convenientemente vestidos y pertrechados para andar sueltos por el mundo social. No se nos ocurriría acudir a una cita en déshabillé, en albornoz o descalzos, como podemos estar en nuestra casa en determinados momentos.

           Cuando no existían las comunicaciones rápidas que tenemos hoy, las gentes se carteaban, se visitaban, celebraban periódicamente algunos acontecimientos para que en la lejanía se tuviera la certeza de las fechas para reunirse consensuadamente y con todo preparado. Hoy, las múltiples posibilidades de poder hablar y «contarse» a distancia han añadido un plus de valor a la intimidad, a pesar de que las nuevas ventanas también abren caminos insospechados a intrusos y fisgones a través del correo impreso, del informático, de la mensajería móvil. Encuestas, ofertas, preguntones y espías comerciales de todo tipo, que quieren tomar datos de nuestra vida, de nuestros pensamientos, de nuestra intimidad al fin.

          En nuestra casa hacemos y decimos lo que nos sale, si alguien nos observa o nos juzga son los propios, nuestra gente, la parte viva de la casa. «Carrión, 16 de abril de 2008»

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