La humana raza siempre fue presa fácil del miedo. La sensación de temor pone en marcha en nuestro cuerpo los mecanismos de defensa ante un peligro que nos acecha, pero a veces el peligro que nos hace sudar y ponernos en tensión puede ser subjetivo e incluso imaginario, en ocasiones inducido.
De niños nos meten miedo con cualquier cosa, bien para protegernos, bien para dominarnos, o por pura maldad y afán de superioridad, para reír. El miedo funciona como instrumento de coacción y de chantaje, la advertencia de que determinada conducta nos acarreará predeterminados males es un viejo truco que ningún poder se ha privado de utilizar con mayor o menor abuso.
Si haces esto, te ocurrirá aquello. Si no haces lo otro te castigarán con las penas del infierno. A mayor autoritarismo, mayor amenaza con males terrenales o del más allá.
Dominar a los demás es siempre una tentación difícil de vencer, si los otros se ponen a tiro, a nadie amarga un dulce. Lo más difícil de la convivencia social es poner en práctica hacia los demás el respeto que exigimos para nosotros mismos.
Ahora estamos viviendo una campaña electoral que no es más que la venta de un producto llamado a conseguir como rendimiento el poder político durante los próximos cuatro años. El poder obtenido de las elecciones que se avecinan será utilizado de uno u otro modo, para unos u otro fines según quien lo ostente. Las promesas se recogen en programas electorales que los ciudadanos vamos a exigir durante el ejercicio del mandato.
Las circunstancias sociales y económicas son las que son en cada momento, y lo que se promete debe obedecer rigurosamente a necesidades y posibilidades reales de conseguirlo. Pero la tentación de hablar de lo que nos preocupa dando soluciones falsas, de decir lo que los oídos quieren escuchar es jugar con el miedo.
Por poner un ejemplo: los técnicos financieros especialistas en coyunturas económicas progresivas y regresivas, se cansan de decir que no estamos en la Edad Media cuando una zona o una región o simplemente un pueblo, se arruinaba solo con una crisis de mala cosecha, mientras podía darse la circunstancia de que los de alrededor nadasen en la abundancia porque no les cayó la nube de granizo.
Hoy la economía no es local, es global. El efecto mariposa también alcanza a la situación financiera de un país. Desde los años setenta del siglo anterior, la bonanza o adversidad de las finanzas mundiales solo tiene un origen poderoso: el precio del crudo. En una sociedad industrializada que basa su producción y su modus vivendi en el petróleo y sus derivados, cualquier movimiento en sus precios puede producir excedente o escasez. Da igual quien gobierne, aquí o en USA. Nadie puede remediarlo, solamente quienes ponen le precio al producto.
Dar la vuelta a ésta dependencia es la única solución a largo plazo, reconvertir la industria y el modo de vida, invertir en otro tipo de energías no monopolizables para que nadie pueda imponer una crisis artificial.
Consciente de su merma de credibilidad y aprovechando una recesión que es mundial, el Partido Popular protagoniza una campaña urdida en el miedo, en la amenaza de que las cosas van a ir a peor si la derecha no alcanzan el poder. Una vez más juega a que los electores somos ignorantes y nos creemos todo lo que nos cuentan. La técnica es sencilla, comercialmente elemental, primero se inventa el problema o la necesidad y luego se ofrece la solución basada en promesas intervencionistas, prohibicionistas y policiales frente a problemas irresolubles, inexistentes o imaginarios. Inseguridad, inflación, delincuencia…, por supuesto que hay, pero en límites normales, incluso inferiores, que cualquier país del entorno socioeconómico y no más que cuando gobernaba el Partido Popular. La última andanada es criminalizar a los niños. ¡El colmo! «Periódico Carrión, 2ª quincena 2008″