Aunque ya se haya dicho, aunque se repita hasta la saciedad, hasta que se grave a fuego en la mente de todos, todos los españoles, no podemos de dejar de decirlo. En una sociedad avanzada y civilizada, insertada en el anhelado mundo europeo, con un nivel de vida a la altura del bienestar puntero, no podemos permitir estas vergüenzas.
Las declaraciones institucionales no pueden ser otras, la respuesta unida de los demócratas. Las grandes formaciones sin exclusión, han condenado unánimemente el atentado.
Los comentarios son para todos los gustos, la mayoría se pronuncia por la valoración de que ETA está dando los últimos coletazos. Durante los últimos meses la justicia y la policía españolas se han remangado hasta conseguir detener y encarcelar a la cúpula, desmembrando el tejido político, social y económico de la organización. Hace meses también que el Ministro Rubalcaba está avisando del temor a nuevos atentados y que se estaban extremando las medidas de control policial.
El hecho de que haya tenido lugar en territorio francés se está interpretando con cierto optimismo, si cabe con muchos recelos emplear ésta palabra, porque se traduce en que el aparato en España ya no tiene capacidades, si bien las víctimas del objetivo han sido guardias civiles españoles.
Ocho intentos anteriores sin resultado de muerte desde aquél infausto fin de año de 2006 en Barajas, son suficientes para mantenernos en estado de tensión y de temor. La banda consigue quebrar la sensación de seguridad de los españoles, ser protagonista, y mata por matar, por que es una banda asesina, por tradición, por inercia, por descontrol, porque los indeseables seres defectuosos que toda sociedad produce siempre encuentran un alojo en alguna organización sin sangre a la que no la importa derramar la ajena.
Otro día amargo en la vida de éste país. Otro día de recelos en que los propios ciudadanos vascos se dividen opinando. Unos hablan desde lo que es correcto decir, otros desde el corazón vocean, pero también otros muchos discretamente callan. Ni ellos mismos, como pueblo que gustan denominarse, pueden llegar a controlar sus emociones encontradas a pesar de la desgracia claramente condenable sin paliativos para cualquier ser humano.
Un día que traerá otros días siguientes de comentarios, de dolor en los funerales, de familias destrozadas, de imágenes que no queremos ver, de preguntas en el aire, de porqués sin resolver, de sin razones a fin de cuentas. Y a nadie vale pensar que somos seres intrascendentes y triviales, que podemos morir mañana o dentro de un rato o de cien años, de enfermedad, de accidente, porque nos parte un rayo, está en los cálculos de nuestro incierto destino, pero que nos maten a capricho una mañana en el trabajo y por no se sabe qué argumento peregrino, eso no es de recibo en mentes racionales regadas con un corazón funcionando.
No debe haber piedad para los autores, ni para los instigadores, ni para quienes lo programan y lo ordenan, y lo dirigen, y lo apoyan y lo camuflan y se lo callan. La mano de la justicia debe caer con toda la dureza que la ley permita, sin contemplaciones, sin atenuantes, sin piedad, tan fríamente como ellos matan. Los cánceres y las gangrenas sociales hay que extirparlos de raíz como cualquier enfermedad social. «Diario Palentino, 2 de diciembre de 2007»