«Artistas de la palabra que durante siglos han ido creando un léxico particular para conseguir hacer ver hasta lo invisible»
Cada gremio, cada profesión o cada grupo social diferenciado por una serie de características comunes, desarrolla unos rituales, unas pautas y conductas que son consideradas por el grupo como convenientes o inconvenientes, positivas o negativas, adecuadas o inadecuadas. Son claves, comportamientos, formas de expresión corporal, costumbres, etc., rituales más o menos llamativos o casi desapercibidos que identifican al individuo con su grupo y le dan la seguridad de pertenecer a él, de sentirse protegido y cobijado.
Una de estas especialidades diferenciadoras es el argot o jerga: «Conjunto de expresiones que emplean en lenguaje informal las personas de una misma clase o de una misma profesión; como los estudiantes o los toreros» (Dic. María Moliner). A veces las jergas se prestan palabras y a veces se llama argot a lo que tan solo son eufemismos para no decir realmente lo que se quiere comunicar o hacerlo mas suavemente.
En el gremio político no podía ser de otra manera siendo, como es, cultivador de excepción de un campo de comunicación en el que la oratoria y la dialéctica son las armas reinas. Porque no solamente hay que realizar los objetivos programáticos, sean de gobierno o de oposición, sino venderlos, hacerlos saber, exponerlos y publicitarlos, así cada equipo, cada bando, se jactará de lo bien hecho y recriminará al contrario no tener hechos los deberes. Y ya que se domina la técnica de argumentación y exposición ante el adversario y ante el gran público, es imposible resistir la tentación de aplicarla también en el ámbito de la familia política.
Artistas de la palabra que durante siglos han ido creando un léxico particular para conseguir hacer ver hasta lo invisible, han dado nuevo sentido a definiciones que tenían la suya propia, por ejemplo, «submarino», que además de ser una nave subacuática es también un espía colado en la organización para fisgar y contárselo al adversario, hoy va ganando terreno el calificativo de «troyano» quien camuflado en la afiliación intenta reventar algo desde dentro. El término «desertor», que suena fatal, se sustituyó por «tránsfuga» que viene a ser el «cambio de chaqueta» de toda la vida. O se importan incluso términos de otros idiomas, por ejemplo: «blow», aquél virtuoso del autobombo que parecía prometer y resultó ser aire a la hora de hacer gestión.
Lo tópicos, el simbolismo y los mensajes secretos completan ese lenguaje interno y subliminal que está diciendo lo que no dice, y vela lo que no se quiere transmitir. Dentro de pocos días veremos reflejado en todos los medios de comunicación local, acaso nacional, este sistema de transmisión. Vendrá papá Rajoy a ¿poner orden? en su dislocado Partido Popular, y tendrá que hacer de tripas corazón para que no transciendan los malestares internos que están creando las aspiraciones encontradas de sus correligionarios. Cuando haya finalizado el zafarrancho, se darán gracias públicas a los despedidos, se ensalzarán la virtudes ¿reales o supuestas? de los propuestos, habrá morros indescriptibles de quienes se creían con mejor derecho y sonrisas inconmensurables de los elegidos.
Cada cuatro años se repetirá la historia, aquí como en Murcia, o en la mismísima Francia. Luego en «petit comité» se justificarán determinadas decisiones con frases hechas: «se fue porque no le dieron lo que pedía» (por «le correspondía»), «su elección ha supuesto un alto coste político» (ningún partido está para perder), «era indisciplinado» (confusión habitual con insumiso o crítico), «siempre pecó del otro lado» (se le veía «rojillo», o «gallardoniano», poco ortodoxo), etc.
Luego vendrán las declaraciones de rebote y quejas veladas de los zaheridos, que aunque no quieran, ¿o sí? Traslucirán esa quemazón interna insoslayable, al decir aquello de: «no ha sido una decisión personal pero estoy a disposición de mi partido» mientras los dientes se aprietan hasta el límite de hacer crujir peligrosamente la mandíbula.
Así es la política de nuestra democracia occidental, así es el escenario en que se eligen los aspirantes a gobernarnos. Acaba siendo como el reparto de la herencia familiar, no suele satisfacer a nadie y deja heridas para siempre. «Diario Palentino, 24 de septiembre de 2006»